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Repensando la relación maestro-discípulo

Actualizado: 8 ene 2020

En nombre de la formación de profesionales competentes, expertos y especialistas; en nombre del progreso y de los procesos de internacionalización de nuestras instituciones superiores de formación; en nombre del sostenimiento de los campus universitarios de «excelencia» –que se gobiernan como empresas privadas donde lo único que cuenta es acumular dinero, da igual el coste–, hemos liquidado lo mejor del espíritu universitario, hemos defraudado a las nuevas generaciones haciendo lo peor que se puede hacer con los jóvenes: mentirles, al prometerles algo que nunca les podríamos dar, como por ejemplo trabajo; se han confundido los fines de la formación con los del mercado; hemos infantilizado a nuestros estudiantes, les hemos alumnizado en nombre de la llamada sociedad del aprendizaje; hemos postsecundarizado la universidad y convertido nuestros centros de educación superior en escuelas sin profundidad en la formación que impartimos; hemos invadido los espacios, que no hace mucho todavía servían para mantener conversaciones intelectualmente inquietantes en torno a una gran obra, con grupos de investigación absolutamente burocratizados que en general invierten el tiempo en no hacer nada que merezca realmente la pena, y solo porque al final les piden un informe de las actividades realizadas. Más o menos, y quizá exagerando los rasgos, esta es la situación.

Este fragmento forma parte del último artículo publicado por el Profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Fernando Bárcena, en nuestra revista: Maestros y discípulos. Anatomía de una relación. Se trata, como puede observarse, de un duro análisis de nuestros tiempos, regidos por un capitalismo salvaje que deja poco espacio para una educación alejada de todo ámbito laboral y centrada en el simple objetivo de la formación humana, del crecimiento como persona. Esta situación ya la predijo a comienzos del segundo tercio del s. XIX Friedrich Nietzsche en sus conferencias realizadas para la Universidad de Basilea, hoy en día publicadas bajo el título de El porvenir de nuestras escuelas. No obstante, en aquella época todo esto estaba en sus comienzos y hoy, lamentablemente, nos encontramos en su punto más álgido.


Podríamos pensar, no obstante, que el análisis de Fernando Bárcena es algo exagerado, tremendamente negativo y derrotista. Cierto es que el fragmento aquí seleccionado nos deja mudos, sin palabras, incluso bloqueados y desganados ante un futuro que pinta desolador. Sin embargo, el propósito del artículo no ese, sino todo lo contrario. Él detecta dónde está el "mal", pero con el objetivo de resistirlo. Para ello, nada mejor que realizar un pormenorizado estudio de lo que siempre fue la relación maestro/discípulo, hoy diluida en una determinada relación profesor/alumno, que hay quien diría que cada vez se asemeja más a la relación proveedor/cliente. Bárcena se propone en este artículo dar voz a esta relación, hoy por muchas razones olvidada, mostrando aquello que de valioso tenía y todavía puede tener su ejercicio.


De esta forma, nos muestra, a través de diversos autores, fundamentalmente dentro del ámbito de la Literatura y de la Filosofía, cómo es que el discípulo deviene discípulo y cómo el maestro se convierte en tal. No es una relación cualquiera, no puede confundirse con amistad, pero tampoco con un encuentro meramente superficial. La relación del maestro con el discípulo nunca tiene por objetivo un título, una destreza o un aprendizaje concreto. Se trata más bien de una unión cuyo núcleo es puramente intelectual, de tal manera que, si bien uno hace de guía y el otro se deja guiar, el crecimiento acaba siendo mutuo. Se trata de un encuentro ético, basado en el respeto y el amor a la realidad, un amor hacia las cosas que debe siempre permanecer alejado de todo propósito que no sea el meramente intelectual. Cierto que en un mundo lleno de exigencias es difícil de alcanzar, pero tampoco imposible. La lectura de este artículo es muy recomendable para profesores que ejercen su labor en la actualidad, ya que les ayudaría a recordar, más allá de todas las obligaciones que les vienen impuestas desde atrás, lo que su trabajo tiene realmente de esencial.


Alberto Sánchez Rojo

Universidad Complutense de Madrid



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