En esta breve entrada se tratará de introducir los aspectos más importantes del artículo recién publicado en la revista. El mundo o lo que llamamos “realidad”, está construido sobre la base de una serie de discursos y saberes, que, a través de las instituciones y los grupos de socialización, circulan formas de comportamiento, actitudes, hábitos y maneras de relacionarnos que se sedimentan, normalizan y estructuran en la vida cotidiana.
Esta circulación de saberes y discursos se produce a través de relaciones de poder (Foucault, 2011), en donde la fuerza de las instituciones y la norma, así como de la reproducción cotidiana de determinados regímenes de sensibilidad -comprendiendo lo sensible como lo que permite percibir y sentir un mundo de determinada manera- generan procesos de subjetivación que crean su cualidad de existencia material a través del cuerpo. En este sentido, cuando se ve un cuerpo sexualizado, suele verse un cuerpo “natural”, cuya existencia se asocia a un género de una manera percibida igualmente como “naturalmente obvia”.
Sin embargo, cuando observamos con mayor detenimiento, podemos darnos cuenta de que un cuerpo es precisamente el producto material de la subjetivación, constituido por una variedad de discursos e instituciones que regulan su comportamiento, su existencia y la manera en la que se presenta e interactúa con otros cuerpos. En ese sentido, ver un cuerpo no es simplemente un asunto de las cualidades fisiológicas del observador o de las características físicas del cuerpo observado, sino de la manera en la que se mira y se es mirado bajo ciertos marcos normativos: raciales, de género, edad, etnia, lingüísticos.
Por supuesto, cuestionar y transformar las relaciones de poder y dominación que se ejercen en torno al género implica una disputa semántica por la interpretación y sensibilidad de la vida cotidiana que permita cuestionar y desnormalizar los pensamientos, prácticas y comportamientos violentos que, a través de instituciones y discursos dominantes, se han ejercido históricamente en los cuerpos sexualizados y generizados.
En este sentido las instituciones escolares y universitarias suelen reproducir los valores, comportamientos, actitudes y hábitos normalizados en torno al género, por lo que, quizá el cambio de paradigma planteado en torno al género y la educación requiera -cuando menos como esbozo de un proyecto futuro, pero no por ello de urgencia menor-, una forma de educación post-género. Por supuesto, la idea de ir más allá del género o “disolver el género” (Butler, 2006) es una meta que se presenta a largo alcance, pero que podría ser el horizonte, no solamente de una pedagogía, sino de un mundo futuro.
Los esfuerzos por cuestionar el género y sus subsecuentes efectos violentos y de dominación en el mundo, particularmente de lo masculino sobre lo femenino y las disidencias sexogenéricas, nos llevan a plantear un continuo esfuerzo por producir formas disidentes de la masculinidad hegemónica que, llevado a su punto máximo de radicalidad, implicaría no solamente disolver la masculinidad hegemónica, sino el dispositivo de género en su totalidad.
Para esto, una política de los afectos es particularmente importante en el momento de pensar una educación post-género. Fue el filósofo Baruch Spinoza (2014: 105) quien, en el siglo XVII, planteó que los afectos son todo aquello que “aumenta o disminuye la potencia de obrar de un cuerpo”. En este sentido, estar en el mundo es estar afectado por una multiplicidad de singularidades (humanas, sí, pero también otras formas de vida e incluso no vivientes).
En este sentido, la singularidad afectante-afectada implica un cuestionamiento al sujeto y a la identidad. No hay individuo, sino singularidad; no hay identidad, sino intensidad. Como dirá Deleuze retomando a Spinoza, “la esencia es la potencia” (Deleuze, 2008: 75), no hay ninguna sustancia, sino que son las potencias lo que determinan lo que una singularidad es. Para ser más preciso, una singularidad es lo que puede: “capacidad de afectar y ser afectado” (Deleuze y Guattari, 2010: 41).
En este sentido, una singularidad tiene una identidad, pero como simple recubrimiento de un continuo devenir de intensidades y fuerzas transformativas. La identidad, responde a la pregunta “¿quién soy?”, en tanto que las intensidades refieren a la pregunta por “¿cómo estoy si[nti]endo?”. Esta segunda pregunta implica una existencia en devenir continuo que al mismo tiempo está siendo y sintiendo.
La propuesta de una educación post-género vinculada con una pedagogía afectiva, abre la posibilidad de una visión crítica en torno a las singularidades sentideseantes que ponen en relación, en el proceso pedagógico y educativo, el cuerpo, las emociones, los afectos y todo aquello que conforma el mundo sensible. La educación contribuye a socializar y reproducir determinadas formas de subjetivación y sensibilidad, por lo que, trabajar en una educación post-género podría contribuir a transitar a otras formas de sensibilidad del cuerpo no determinadas por las fuerzas discursivas y normativas tendientes a reproducir la dominación y la violencia de género.
La vinculación con perspectivas feministas y de las diversidades sexo-genéricas mucho más asociadas a lo trans y, particularmente, lo queer, constituyen una fuerza teórica y empírica de lo que implica un cuerpo-singularidad más allá de sus cualidades de género dominantes que, incluso desde antes del nacimiento, estarían determinando la existencia de los sujetos y sus cuerpos.
Con esto no quiero afirmar que decir “soy mujer” o “soy hombre” no sea posible, sino que, en dado caso no será determinante para lo que se puede o no hacer y decir, o para poder construir relaciones afectivas con el mundo. Cuerpos-singularidades post-género en un mundo donde los vínculos, los afectos y sus potencias sean más importantes que la sobredeterminación de las identidades, los significantes y el género. Por tanto, educar más allá del género con una pedagogía afectiva sería una práctica de libertad y un principio de justicia impostergable para el mundo por venir.
Referencias
Butler, J. (2006). Deshacer el género. Paidós.
Deleuze, G. (2008). En medio de Spinoza. Cactus. (2.a ed.).
Deleuze, G., y Guattari, F. (2010). Mil mesetas. Pre-Textos. (9.a ed.).
Foucault, M. (2011). Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber. Siglo XXI. (3.a ed.).
Spinoza, B. (2014). Ética. Gredos.
Luis Jaime Estrada Castro
Universidad Nacional Autónoma de México
Comments