La phronesis no es un término unívoco ni sencillo, ni tampoco de moda. Nicholas Burbules, profesor de la Universidad de Illinois (Urbana-Champaign) ha escrito para el último número de la revista Teoría de la Educación el artículo Phronesis y Complejidad que provoca reflexiones precisamente sobre este concepto. ¿Pero qué es la phronesis? Para iniciarnos en el tema es importante recordar que la phronesis es una de las virtudes intelectuales aristotélicas. En concreto, Aristóteles se refiere a ella como ‹‹sabiduría práctica›› o ‹‹prudencia››. En Ética a Nicómaco se habla del hombre prudente en los siguientes términos:
"El rasgo distintivo del hombre prudente es al parecer el ser capaz de deliberar y de juzgar de una manera conveniente sobre las cosas que pueden ser buenas y útiles […] Y así puede decirse en una sola palabra, que el hombre prudente es en general el que sabe deliberar bien. Nadie delibera sobre las cosas que no pueden ser distintas de como son, ni sobre las cosas que el hombre no puede hacer" (Aristóteles. Ética a Nicómaco. Libro sexto, capítulo IV, negrita añadida)
Es importante fijarnos en el hincapié que se hace sobre la deliberación, el juicio y la normatividad (buenas y útiles), así como en la cuestión de que esta virtud importa en la medida en que las cosas podrían ser con nuestra acción de otro modo, es decir, “distintas de como son”. Por ello, la phronesis no atañe tanto a las circunstancias inevitables como a aquellos momentos y prácticas que, con nuestra acción, pueden tomar un rumbo u otro, aunque no sepamos de antemano el punto de llegada de cada posibilidad ni las consecuencias de cada decisión. Hablar de phronesis no es, entonces, detenernos en el contexto dado, sino ampliar el horizonte del contexto deseado. En términos de enseñanza diríamos que no es tanto pensar qué alumnos tengo, como qué quiero que conozcan, qué espero de ellos, ejercitando a la vez la incertidumbre del resultado de nuestra acción.
Por tanto, recapitulando, nos interesa la phronesis en la medida en que nos encontremos ante situaciones que requieren algo de nosotros, que solicitan nuestra intervención, es decir, aquellas en las que deliberar, juzgar y sopesar tendrán sentido. ¿Qué práctica resuena con estas características? ¡La docencia! Enseñar y educar requieren siempre nuestra intervención y, en ellas, deliberar, juzgar y sopesar son acciones intrínsecas al propio acto de enseñar.
Para Burbules, los elementos que intervienen en la phronesis son: “deliberación, resolución de problemas, discernimiento de las características relevantes de una situación y el sopesar distintas opciones para encontrar la mejor manera para abordar esta situación” (p. 19). Pero no solo eso, pues la phronesis se pone en juego en prácticas complejas, es decir, aquellas que no podemos relegar a la experiencia previa o al hábito. En definitiva, son prácticas que requieren juicios de valor, reflexiones sobre nuestros propósitos y motivaciones, e implican emociones y consideraciones sobre la eficacia, los efectos, equilibrios entre los objetivos a corto plazo y largo plazo, desafíos ante las expectativas, y capacidad de afrontar consecuencias no deseadas a imprevisibles. No todas las circunstancias de la vida son phronéticas, pero todas pueden devenir phronéticas. Por ejemplo, cocinar un huevo frito a priori no es una práctica phronética, pero puede convertirse en phronética cuando surge un imprevisto y se derrama el aceite caliente en la mano del niño que se asomaba a la sartén. Del mismo modo, enseñar tendrá momentos simples, complicados y complejos (pp. 15-16).
El juicio, la ponderación y el equilibrio son dimensiones de una práctica exitosa pero, más que eso, son dimensiones de nuestro compromiso continuo con esa práctica, y son a la vez parte de nuestra identidad como practicantes. Ser docente, por ejemplo, tendrá que ver con esas dimensiones, y en el compromiso y ejercicio (más o menos exitoso) de ellas se irá desarrollando nuestra identidad docente.
Decíamos que esta virtud se ha estudiado desde la ética aristotélica. Pues bien, no sin intención el autor de este artículo menciona tan solo en tres ocasiones al estagirita, sin referenciarle en la bibliografía, con el propósito explícito de superar la idea aristotélica (individualista –según Burbules–) de la persona virtuosa como aquel capaz de poner en marcha su esfuerzo individual para llevar a cabo esta u otra virtud intelectual o moral. Burbules quiere hablar de la práctica de la virtud como una práctica social y comunicativa, que se aprende, se pone en práctica y se sostiene gracias a otros, que nos enseñan, nos modelan y nos alientan a ello. En la interacción con otros sopesamos, pedimos consejos y confesamos nuestras dudas e incertidumbres ante situaciones complejas. De ese modo, “el reconocimiento, el respeto y el apoyo de los demás es parte de nuestro compromiso continuo y nuestro impulso para mejorar.” (p. 20)
En definitiva, los tiempos complejos y las situaciones de complejidad son momentos y épocas privilegiados para cultivar la phronesis, porque nos desafían a ese nivel práctico y moral. Nos producen confusión, frustración, dudas, y en ellas tenemos la posibilidad de ejercitar el juicio phronético y una cierta sabiduría más amplia sobre la condición humana.
Tania Alonso-Sainz
Asistente de Edición de la Revista Teoría de la Educación
Departamento de Pedagogía (Universidad Autónoma de Madrid)
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