La orientación casi exclusiva de la educación contemporánea a las prácticas de la enseñanza y el aprendizaje ha generado un olvido de la práctica del estudio. En efecto, salvo algunas notables excepciones, la problematización del estudio en la literatura académica en castellano es escasa. Con este olvido se ha pasado por alto el hecho de que los procesos actuales de digitalización del estudio, acelerados por la pandemia del Covid-19, tienen un carácter regresivo. En nuestro ensayo titulado “Estudiar en la era digital. Un ensayo crítico y fenomenológico” planteamos que, lejos de ser una innovación educativa, el estudio digital más bien refuerza y actualiza una noción tradicional y dominante del estudio en las culturas occidentales, a saber: estudiar como una práctica eminentemente cognitiva, solitaria y elitista.
Dicha noción está presente tanto en las artes como en las obras literarias y en la literatura pedagógica moderna. Sobre esto último, baste observar atentamente el famoso cuadro del pintor alemán Carl Spitzweg (1808-1885) titulado El ratón de biblioteca (1850). ¿Qué es lo que vemos en esta escena?
También resulta ejemplar la caracterización que hace Comenius de la práctica del estudio en la lección 98 de su célebre obra Orbis Sensualium Pictus (1592-1670), considerado el primer libro de texto ilustrado para niños en Occidente (las palabras en cursiva son el vocabulario central para el aprendizaje del latín):
El Estudio
es un lugar donde un Estudiante,
apartado de los Hombres,
se sienta solo
dedicado a sus Estudios,
mientras lee los Libros,
que estando a su alcance
pone abiertos sobre un Escritorio,
y escoge todas las mejores cosas
de ellos en su propio Manual,
o las marca en ellos con una Raya,
o una pequeña Estrella,
en el Margen.
(Comenius, 1705, p. 120; traducción propia)
Esta caracterización nos permite extraer al menos cuatro rasgos centrales de la noción tradicional del estudio: 1) estudiar requiere un espacio y un tiempo específicos; 2) el estudio es una práctica individual e íntima; 3) el estudio está estrechamente asociado a la cultura escrita; y 4) estudiar es un proceso de sistematización. Desde nuestra perspectiva crítica, la caracterización de Comenius no es errónea sino más bien incompleta, pues sólo representa un momento específico del estudio, el que se ve reforzado en el estudio digital. Pero, ¿de qué manera?
Antes de continuar, es justo señalar que la digitalización del estudio parece ofrecer algunas ventajas en relación al estudio presencial. Por ejemplo: el desarrollo de ciertas habilidades tecnológicas que exceden el ámbito mismo del estudio, flexibilidad espacio-temporal, relativa seguridad –como han confirmado la experiencia pandémica y otras situaciones de crisis–, acceso a innumerables recursos derivados de internet y, en general, menores costos económicos, lo que significa una ayuda importante para las diversas realidades personales, familiares y laborales de estudiantes y profesores. Además, el estudio digital nos da la posibilidad de combinar formatos sincrónicos y asincrónicos, generando dinámicas de participación e interacción según la índole del asunto a estudiar, las habilidades tecnológicas y las condiciones materiales del estudio disponibles (dispositivo digital, acceso y velocidad de conexión a internet, etc.).
Entonces, si las ventajas del estudio digital parecen ser tan evidentes, ¿por qué no hablar de una verdadera innovación educativa? Parafraseando a Kranzberg (1986), sostenemos que la digitalización del estudio no es buena ni mala en sí misma, aunque tampoco es un fenómeno neutral. Y es precisamente la supuesta neutralidad de las ventajas señaladas la que debe ser sometida a una revisión crítica. Así pues, podemos mencionar brevemente cuatro aspectos en los que se manifiesta el carácter regresivo del estudio digital:
1) Modificación de las formas sociales a través de una reducción “técnica” de lo social en medios digitales sincrónicos (cuerpos fragmentados bidimensionales, mosaicos de video y secuencias, etc.) y asincrónicos (formas de intercambio mediadas por LMS). Existe una forma social y un ethos del estudio presencial que, en el mejor de los casos, se practica de manera muy acotada con la mediación digital. También se impone un estilo de comunicación que sustituye el desarrollo y la discusión de ideas in extenso por una concatenación de declaraciones breves y simplificadas.
2) Economización de la educación digital que se manifiesta en la consolidación del estudiante como emprendedor, cliente y consumidor individual de un servicio, y en el ajuste de la estructuras universitarias a las normas económicas. La universidad como lugar liminal (es decir: que no existe únicamente como espacio físico ni ideal), también está siendo sustituida por virtualidades digitales intermitentes con fechas de caducidad incorporadas. Así, emerge una “racionalidad digital” (Han, 2021) apenas distinguible de una racionalidad económica, y que no tiene un efecto inclusivo sino excluyente, porque no promueve la comunicación y el discurso, sino que los rechaza como interrupciones operativas ineficientes.
3) Fragmentación del cuerpo que se manifiesta en la experiencia de indisponibilidad en el medio de lo digital que complica, cuando no imposibilita, los procesos educativos. Así, por ejemplo, una situación de seminario sincrónico vía Zoom suele estar centrada en el rostro de las otras personas aunque carece de contacto visual mutuo, es amenazada por constantes interrupciones audiovisuales no humanas, es condicionada por asimetrías de la percepción (cuando las cámaras y los micrófonos son apagados voluntariamente), desvincula el espacio y el rol en la situación pedagógica y da lugar a (nuevas) dolencias físicas asociadas a una mala postura corporal y/o el exceso de tiempo frente a una pantalla.
4) Disolución del espacio privado que cuestiona o transgrede sistemáticamente el ámbito privado. Si los formatos de enseñanza sincrónica se realizan desde la cocina de un piso compartido o desde el cuarto de un joven, estos espacios dejan de ser exclusivamente de retiro, distensión o descanso para convertirse también en espacios de trabajo y rendimiento. La libertad, seguridad y tranquilidad asociadas tradicionalmente a la privacidad ya no se comparten con los demás voluntariamente, sino por la coerción de una institución pública.
Como sugerimos en nuestro ensayo, todos estos aspectos que refuerzan la noción tradicional del estudio contrastan con el estudio como una práctica inherentemente corporal, social y estética. De ahí la relevancia de preguntar si, contrariamente a nuestro planteamiento, los cuatro aspectos señalados anteriormente pueden resolverse técnicamente, o si generan un empeoramiento perpetuo de la situación de los estudiantes. Si esto último es el caso, los sistemas educativos deberían defender decididamente el estudio primordial (corporal, social y estético) como requisito necesario para estudiar en instituciones educativas, y así abordar críticamente los movimientos continuos, totalitarios y regresivos de la digitalización.
Carlos Willatt
Pontificia Universidad Católica de Chile
Marc Fabian Buck
FernUniversität in Hagen
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