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El potencial ético-político del presente educativo

El profesor Säfström tiene como objetivo en este artículo recuperar las ideas principales de la teoría educativa de los sofistas. La razón de este propósito es salvar, según él, un pensamiento educativo, previo al de Platón, centrado en el presente, en la contingencia y la ambigüedad, huyendo así de lo que considera un enfoque pedagógico erróneo que pretende resaltar el valor de la eternidad de las ideas, su permanencia en el futuro y, sobre todo, la división artificial entre pensamiento y acción. A lo largo del artículo quiere dejar muy claro que la educación platónica, que ha invadido el fundamento de las teorías educativas occidentales, “Lo que destruye es la posibilidad de diferencia y pluralismo, que es condición tanto para la democracia como para la educación. Además, es interesante, sino decisivo para mi argumento en este artículo, entender que los sofistas no procedían de la élite, no tenían una procedencia nobiliaria como el propio Platón, sino que eran de origen más modesto” (p. 15).


Frente a esta aristocracia intelectual platónica, el profesor Säfström reivindica el papel que los sofistas tuvieron de democratizar la educación al considerar que el cambio puede alcanzar a cualquiera pues la cultura, la virtud, la areté puede enseñarse. Esta es la razón del título del artículo. La perspectiva de que la educación debe basarse en el reconocimiento de la superioridad intelectual de algunos rompe, según el autor, con la igualdad esencial de la relación educativa y, siguiendo a Ranciére, defenderá también que “ser enseñado por Sócrates es recordar la ignorancia de uno mismo hasta estar listo para asumir la misma posición que Sócrates: es un proceso de anquilosamiento, atontamiento y uniformidad. La igualdad humana se convierte en reproducción de la uniformidad más que en la expresión de una determinada relación con el otro, como otro, dentro de una pluralidad humana” (p. 20).


Otra implicación del choque o enfrentamiento entre el príncipe aristocrático y el principio democrático en la enseñanza es que el primero defiende la desigualdad como algo natural, como algo fijo y, por tanto, la superioridad del más fuerte por lo que la escolarización, siguiendo siempre a Säfström, es una actividad de reproducción de una élite en busca de esa “fijación“ de generación en generación. Por el contrario, “(...) el principio democrático en la educación es un principio de praxis, un principio de compromiso con el cambio y con el mundo“ (p. 21). Este argumento le lleva a plantear el problema actual del nacionalismo que, abanderado por la “Nueva derecha”, tiende a rechazar la democracia pluralista y la emancipación al impedir u obstaculizar la comprensión de la cultura como algo propio, fijo y permanente a lo largo del tiempo. La defensa de planteamientos nacionalistas va ir acompañado, a su vez, según el autor, por una violencia purificadora que, en sus diversas formas, busca purificar la esencia eterna del individuo expresada en la colectividad de la nación como un solo ‘sujeto’.


Para Säfström “El objetivo de la educación no es purificar las esencias (...) (sino) multiplicar las relaciones sociales “ (p. 24; cursiva del original) “con aquellos a quienes quizá no conozcas “ (p. 24) manteniendo con ellos una “extensión de sensibilidades “ (p. 24). Rechaza así los procesos de reproducción, reivindicando por el contrario la idea del cambio como la potencialidad del presente en la que todos, en igualdad de condiciones, pueden participar. “La educación que no hace realidad la potencialidad del cambio simplemente no es educación “ (p. 25). De este modo, defenderá que “ (...) a enseñanza, como verificación o afirmación de la igualdad, no se basa principalmente en cómo dar sentido al mundo desde una postura privilegiada, sino que es una forma particular de moverse dentro del mundo para darse cuenta con precisión de la capacidad que tiene cada uno para darle sentido al mundo, junto con otros, (...). No significa que el docente ya no puede enseñar, más bien al contrario, es decir, enseñar como verificación o afirmación de la igualdad atañe a una experiencia común de todos los docentes: se trata de permanecer en el ‘ ir diciendo’ en el que la enseñanza tiene lugar, no en ’lo ya dicho’“ (p. 26).


En el artículo original que da pie a esta entrada el lector podrá encontrar más matices y argumentos extensos de las tesis aquí planteadas. Son ideas interesantes aunque algunas muy discutibles. Es un artículo que da muchas pistas acerca de las tendencias actuales más dominantes sobre el modo de pensar la educación en las que, entre otras cuestiones y siempre con mayor o menor éxito, tenemos una gran dificultad en el pensamiento pedagógico para integrar los principios de la igualdad y la excelencia. A mi modo de ver, creo que el pedagogo con ambición sabe que todas estas confusiones se deben a que, en realidad, se quiere resaltar únicamente lo que nos iguala como seres humanos cuando el propósito ulterior de la educación es, precisamente, lo contrario: diferenciar la excelencia de los proyectos particulares de vida gracias a la educación recibida y cultivada con esfuerzo. Aunque a muchos les pese, el buen pedagogo sabe que la educación aparece en el punto exacto en el que aparecen las diferencias.


Fernando Gil Cantero

Universidad Complutense de Madrid




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