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El valor de la actitud lúdica para la formación del carácter moral

El poeta y filósofo alemán Friedrich Schiller consideraba que los seres humanos sólo se comportaban como tales cuando jugaban. Jugar era para él la actividad más propiamente humana, así como la que hacía posible una sociedad fraternal entre los hombres y, por lo tanto, la que fundaba la conducta propiamente moral. Sin embargo, tendemos a pensar que el juego abre un espacio frívolo que contradice precisamente el ámbito de la seriedad de lo moral. Ello se debe, desde luego, a una comprensión muy parcial y limitada de la actitud propia del juego, de la actitud lúdica, que es precisamente aquella que reconcilia los requerimientos éticos de la razón con la inclinación de nuestra naturaleza sensible a gozar con el ejercicio de nuestras facultades.


Debido precisamente a ese carácter conciliador, la actitud auténticamente lúdica facilita la acción éticamente correcta y posee un gran valor para la formación del carácter moral; valor que debe ser reconocido y aprovechado en educación. De esta manera, la relación entre juego y educación se puede considerar de una forma completamente distinta a la habitual, puesto que, desde el horizonte que nos proporciona una comprensión profunda del juego y de la actitud que lo acompaña, ya no se considera el juego como un medio o recurso educativo para desarrollar determinadas habilidades, lo que, en cierta manera, desvirtúa el espíritu del juego al instrumentalizarlo, al subordinarlo a otra actividad distinta de sí mismo, sino como una finalidad educativa que debe buscarse con especial empeño. Se debe perseguir que los estudiantes tienda a reconocer en su trabajo escolar un reto o desafío que les interpela personalmente, al que pueden dar respuesta libremente y cuya cuidadosa realización les proporciona ese placer que describieron Gross y Piaget como el placer de ser causa: el placer que proporciona el simple ejercicio de la actividad independientemente de su utilidad o rendimiento funcional o adaptativo.


Esta actitud para la cual los deberes u obligaciones no son imposiciones que deben acatarse u obedecerse ejerciendo cierta violencia sobre una parte de la naturaleza propia, sino proposiciones, invitaciones a ejercer, de una forma que se presenta como correcta, reglada, una determinada actividad, es la actitud lúdica expandida, ampliada más allá del ámbito que suele considerarse como propio de los juegos que son considerados como actividades de un tipo o género concreto. Esta expansión o ampliación de la actitud lúdica a las tareas escolares para acabar abarcando todos los asuntos serios de la vida, es la propuesta fundamental que se defiende en este artículo: un modo de ayudar a formar el carácter moral de los estudiantes alejado de toda coacción y de todo rigorismo.


Para ello se ofrecen una serie de pautas relacionadas con distintos aspectos del estudio y del proceso educativo. En concreto, se presentan cinco claves educativas que favorecen esta visión moral propia de la actitud lúdica. Esta visión moral se fomenta (1) procurando que el estudiante mantenga la distancia justa respecto al rol que debe desempeñar y se haga presente a sí mismo durante el proceso educativo; (2) tratando de no imponer obligaciones a los alumnos, sino invitándoles, por medio de una actitud dialogante y participativa, a que se sientan comprometidos y respondan personalmente a las diversas situaciones que la vida escolar les plantea; (3) empleando la evaluación como instrumento para que los alumnos midan de manera objetiva sus avances en el proceso de aprendizaje y sean conscientes de ellos; (4) potenciando de diversos modos la motivación intrínseca de las tareas, en especial, la gratificación del trabajo bien hecho y de su reconocimiento público; (5) por último, cultivando un espíritu de deportividad, que consiste en trasladar el paradigma de la competición lúdica, que relativiza el éxito y el fracaso anteponiéndoles el valor de la propia participación, a los diversos proyectos y afanes de la vida seria.


La actitud lúdica no es una actitud frívola. Aunque, respecto a las conductas observables, no suponga modificación alguna, esta actitud no es un gesto o una toma de postura inútil, sin significado para la vida seria. La opuesta a la actitud lúdica no es la actitud seria sino la resignada. Independientemente de cuáles sean las circunstancias que nos condicionan o las situaciones en las que nos vemos envueltos, siempre queda la posibilidad de asumir una actitud ante ellas que las despoja de su carácter de fatalidad, de acontecer sin sentido. Para quien la vida es reto que debe afrontarse o enigma que debe desentrañarse, la vida tiene el sentido de un desafío que le ha sido propuesto, lo que supone que uno no se enfrenta a esas situaciones ni está, en general, en el mundo, por casualidad, sino que está siendo personalmente interpelado. Y quizá este sea, quintaesenciado, el valor que, para el sentimiento moral, tiene la actitud lúdica: superar todo fatalismo aportando sentido personal a la vida.


El juego supone cierta indiferencia y liberación respecto a la vida menesterosa de las necesidades que nos urgen, pero esta superioridad no debe ser considerada simplemente como la propia de un tiempo de ocio que se contrapone a un tiempo laborioso, sino como una superioridad que es propia del ser humano, que consigue introducir la libertad y la creatividad incluso allí donde sólo parecen tener cabida la necesidad y la fatalidad.


Ésta es la actitud que debe tratar de fomentar el docente en sus estudiantes para desarrollar un carácter genuinamente moral, que depende de una visión moral de la existencia. Adaptarse o ajustarse a una norma o regla prefijada como condición para alcanzar determinadas metas u objetivos privados, no responde a esa visión moral, sino a una actitud resignada a la coacción. La actitud lúdica considera el cumplimiento de reglas, no como una condición impuesta para alcanzar objetivos adaptativos, sino como aquello que permite probarse, medirse y aquilatarse; que ofrece una orientación indispensable para el ejercicio de nuestras facultades.


Javier Pérez Guerrero

Universidad Internacional de La Rioja




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