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Identidad narrativa en la relación educativa: promesa, solicitud y don

Uno de los puntos esenciales de gran parte de la pedagogía contemporánea es que el estudiante sea el centro desde donde se hacen los procesos de planificación curricular y educativa. De esta manera, se realiza un desplazamiento desde una escuela pedagógica tradicionalista, donde todo parte del educador o educadora, para pasar a que el alumnado sea eje activo en los procesos de enseñanza y aprendizaje. No obstante, este texto sustenta que, en una relación ética en la escuela, el vínculo entre docentes y estudiantes no se centra en unos u otros. Esto último, lo anclamos a la posibilidad de relacionar la propuesta filosófica de Paul Ricoeur sobre el sí mismo y el reconocimiento con la experiencia ética de la educación, de manera que ésta nos permita pensar en otra relación de alteridad que implica pensar de otro forma la mismidad.


Entendemos que uno de los valores del conocimiento teórico es su capacidad para (re)pensar las relaciones y los aspectos más sustantivos de la educación Por ello partimos de la idea del filósofo francés de que el yo cartesiano absoluto es ideal, pero ¿quién en el mundo de la vida cotidiana es ideal? La escuela desde la perspectiva del yo cartesiano se autopercibiría como terminada, acabada, absoluta. En consecuencia, se anclarían los procesos de adultización que dicen qué debe producir el educando sin salirse de un referente preestablecido ídem. Ahora bien, hay que ser cuidadosos al tratar de contrarrestar lo anterior con la búsqueda de una simetría en el marco de la intersubjetividad en la cuestión del reconocimiento, porque una cosa es entender las asimetrías inherente a la acción de educar, y otra partir de que la identidad del sujeto es dinámica y fluye a través de las distintas situaciones del pasado, el presente y las relaciones que se hacen evidentes en la narración de su historia de vida. Esto se da en una constitución narrativa de la identidad donde el sujeto que se narra a sí mismo, pone en la experiencia de la relación intersubjetiva su identidad y se relaciona con la identidad del sujeto que escucha y se convierte también en narrador. Esto, relacionado con el campo educativo, evidencia que la relación entre docentes y estudiantes es narrativa, que sus identidades se construyen en medio de una trama en la que el sujeto cambia a medida que ésta se desarrolla (identidad ipse), a diferencia de una identidad fija e inmutable (identidad ídem).


La educación en este plano narrativo se presenta como un espacio de conversación donde la experiencia del educador y educando cobra relevancia. Sin embargo, nos preguntamos, ¿por qué le cuesta tanto al educador o educadora narrarse en la escuela, exponerse en su identidad, pero sí se facilita la exigencia de que el educando se narre? Esta pregunta lleva al análisis de tres conceptos claves, vinculados a Ricoeur: promesa, solicitud y don. En estos tres elementos el sí mismo se dirige hacia el otro, pero esto no significa que la alteridad se reduzca al sí mismo ya que quedaría un yo egocéntrico. Cuando el educador promete, compromete la estima de sí con los estudiantes al invitarlos a que estén al tanto su cumplimiento. La promesa está inmersa dentro de la narración que cohesiona la vida y puede mantener características a lo largo de los cambios del sujeto. La promesa se concreta con el encuentro del otro, y esto hace parte de la trama narrativa como constitutiva de un fragmento de la historia. La promesa del educador se convierte en ipse. Empieza el relato de lo que será la clase con sus estudiantes. Se acude al compromiso de que la narración de los eventos escolares sea relatada dentro del horizonte de esa promesa. Para tal fin, el relato está a expensas de las contingencias propias de la trama. El docente solicita al estudiante, pero está a la espera de que el estudiante también lo solicite, pero con una situación esencial: no exige que también lo solicite. La mutua solicitud no está en el plano mercantil en el que el otro tiene que devolver lo que dona el sujeto de una manera equitativa. Más bien, en la mutualidad el que recibe la donación está en la libertad de agradecer o no. La donación del educador, dotada de mutualidad, no espera la respuesta del estudiante. El contra-don llega en forma de agradecimiento. La gratitud no es esperada, sino que brota del impulso generado por el don.


Esto significa que existe una disimetría originaria en la relación de la mutualidad y el reconocimiento, lo cual, lejos de ser un defecto de la intersubjetividad, cobra relevancia educativa en relación con la ipseidad porque los educandos son ipse y diferentes al sí mismo educador. El educador no es el estudiante, el estudiante no es el educador, no se puede apropiar uno del otro, pero sí donar y agradecer. En la dialéctica del reconocimiento ninguno está obligado a responder. La síntesis de estos conceptos lleva a plantear la posibilidad de una pedagogía de la ipseidad donde la relación entre educador y educando se cohesiona en el reconocimiento mutuo a partir del desarrollo de su identidad narrativa, con todas las implicaciones pedagógicas y didácticas que se pueden derivar de aquí.


Por tanto, la relación educativa acontece en medio de la solicitud que el sí mismo hace del otro. Esto hace que la educación vista desde la solicitud en la construcción de la identidad ipse permita ver la experiencia de la escuela como algo inacabado y en cambio constante. La mutualidad en la escuela propicia el intercambio de dones. De esta manera, una perspectiva narrativa mediada por el reconocimiento mutuo es un lugar propicio para el acontecimiento ético de la alteridad en la acción educativa.


Rodrigo Moreno Aponte

Universidad de Otavalo (Ecuador)

Eduardo S. Vila Merino

Universidad de Málaga (España)






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