Tal y como se refleja en el artículo, a los dos años, los niños y niñas viven una intensa experiencia de educación moral. En la escuela infantil se programan con frecuencia actividades que transmiten valores, fomentan hábitos, desarrollan la autonomía, promueven la comprensión de las emociones, hablan de temas significativos y participan en las tradiciones de la comunidad. Sin embargo, una de las experiencias morales más profundas y frecuentes que ocurren en esta edad no se programa y, en muchas ocasiones, pasa inadvertida. Se habla de ellas, pero no siempre se las considera la base de la moralidad adulta. Nos referimos a los episodios espontáneos de relación entre iguales; hechos que plantean un reto moral, que a menudo desembocan en un conflicto interpersonal y que suelen precisar de la intervención reguladora de los adultos. Estos momentos son frecuentes, aparecen en cualquier circunstancia de la jornada escolar, acostumbran a ser de corta duración, aunque implican con fuerza a los niños y niñas, y crean hábitos de valor que guiarán en el futuro su vida moral. A modo de ejemplo, veamos una de estas situaciones.
Ana está jugando con un cubo y una pala en el arenero. Claudia se le acerca y en un momento en que Ana se despista le coge el cubo y la pala. Ana enfadada corre hacia a la maestra y con cara llorosa le explica que Claudia le ha quitado el cubo y la pala con que jugaba. La maestra, con una sonrisa tranquilizadora, la mira y le comenta que Claudia es más pequeña y que por eso se ha equivocado. También le propone que explique a Claudia que ella tenía el cubo y la pala y que le pida por favor que se lo devuelva. Ana se acerca a Claudia y le explica que ella tenía el cubo y la pala y que se lo tiene que devolver. Claudia con una gran sonrisa le devuelve de inmediato el cubo y la pala. A continuación, la maestra felicita a Ana y le recuerda que debe dar las gracias a Claudia. Lo hace y reanuda su juego en la arena.
Esta escena describe un encuentro moral entre pares, donde dos sujetos quedan implicados en una situación que presenta un reto que requiere una respuesta de naturaleza moral. En este caso, para solucionar satisfactoriamente el conflicto, ha sido necesaria la intervención reguladora de la educadora. Una intervención que en otras ocasiones no es precisa porque los participantes solucionan de manera autónoma el reto moral en el que están inmersos. Estas escenas son átomos de convivencia con una fuerte carga moral. Su repetición va forjando los hábitos de convivencia y, en la medida que acaban bien, transmiten la idea que los demás son personas apreciables en las que se puede confiar. Una verdadera lección moral que se repite una y otra vez.
Pero eso no es todo, los encuentros plantean diferentes retos morales. Tras el análisis de más de doscientas escenas recogidas durante un año de observación, se pudieron establecer tres tipos distintos de encuentros morales. Veamos los rasgos de cada uno de ellos.
Los encuentros de justicia son momentos en los que uno de los interlocutores reclama al otro poder disfrutar de un bien que este posee o de un bien que está en litigio. El reto que se plantea es repartir entre los dos participantes un bien escaso que ambos desean y que, por lo tanto, resulta obligado compartir o distribuir su uso. Esta tipología ha aparecido en un 35,2 % de las escenas analizadas.
Los encuentros de cooperación son momentos en los que uno de los interlocutores reclama al otro su participación para realizar conjuntamente una actividad que requiere su colaboración para alcanzar el éxito. Son situaciones en las que juntos persiguen un objetivo compartido. En los encuentros de cooperación el reto es darse cuenta de que la contribución de las dos partes es imprescindible para el éxito de la actividad y que la no participación de una de las partes supone que la otra no podrá disfrutar de la actividad. Esta tipología ha aparecido en un 20,8 % de las escenas analizadas.
Los encuentros de cuidado son momentos en los que uno de los interlocutores se da cuenta de la necesidad de otro sujeto y, de manera espontánea, se moviliza para satisfacerla. En los encuentros de cuidado el reto es percibir y entender la necesidad que sufre otra persona, imaginar cómo paliarla y, por último, sentir la motivación suficiente para llevar a cabo una conducta de ayuda. Esta tipología ha aparecido en un 44% de las escenas analizadas.
La tripartición en encuentros morales de cuidado, justicia y cooperación es una descripción de la ética de la convivencia en la escuela infantil, que constituye el primer paso de lo que luego será la ética grupal, cívica y cosmopolita. El cuidado, la justicia y la cooperación son comportamientos valiosos que reencontraremos en las situaciones cada vez más complejas que surgen a lo largo del trayecto vital.
Hasta ahora hemos definido qué es un encuentro moral y qué tipo de encuentros se han observado, pero no hemos hablado de las dos formas de resolver los retos morales que plantean los encuentros. En unos casos, las parejas implicadas en el encuentro resuelven el reto moral de manera satisfactoria sin necesidad de intervención adulta. Una solución que aparece en un 47% de las escenas analizadas. En otros casos, las parejas implicadas en el encuentro no resuelven el reto moral, quedan ancladas en una situación de conflicto moral y necesitan la ayuda de las educadoras para alcanzar una solución satisfactoria. Esta segunda modalidad la hemos encontrado en un 53% de las escenas analizadas.
En los casos en que es necesaria una intervención adulta, las educadoras se esfuerzan por regular la conducta de la pareja en conflicto y restablecer la convivencia. Para conseguirlo llevan a cabo acciones como acercarse a los implicados de modo tranquilo y cálido, ponerse a su nivel y mirarlos, ayudarles a explicar los hechos y las razones de su conducta, ayudarles a escuchar lo que expresa su interlocutor, formular reflexiones de índole moral, proponer propuestas conductuales y pedir que las apliquen para reparar la situación conflictiva y, tras la acción reparadora, reforzar las nuevas conductas. Con la repetición de procesos de regulación de esta naturaleza se consigue mejorar la convivencia inmediata, se aprenden hábitos de relación que se aplicaran en otras circunstancias y se reconoce que los demás son personas en las que se puede confiar y con las que es posible entenderse.
Basándonos en nuestra observación, podemos afirmar que la experiencia de vivir frecuentes encuentros morales entre iguales y, cuando sea necesario, experimentar su regulación por parte de las educadoras, proporcionará un primer aprendizaje de la convivencia, que será la base de las sucesivas adquisiciones morales.
Fátima Avilés Sedeño
Universidad de Barcelona
Josep M. Puig Rovira
Universidad de Barcelona
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