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Por una escuela vivida como comunidad educativa

El artículo en el que se basa esta entrada toma como punto de partida el hecho de que la escuela es un ámbito de gran relieve educativo. Creo que el desafío de mayor calado hoy es definir cuál ha de ser el verdadero núcleo formativo de la escuela: por un lado, está el mercado, con sus exigencias de competencia técnica y eficiencia; y, por el otro, la democracia, con su ideal de emancipación humana. Dicho de otra manera: una escuela organizada «como aparato», con un sistema de reglas rígidas y uniformes de alcance nacional y a veces incluso internacional. Solventar tal reto implica tomar plena conciencia de lo que es verdaderamente relevante con vistas al perfeccionamiento de los alumnos. Y para cumplir en esta finalidad, toda escuela debería retomar el sentido más profundo de su etimológia griega: scholé.


¿Cómo y en qué medida interactúan en la escuela el ideal educativo y su traducción concreta?, y por otra parte, ¿debe buscarse que los estudiantes alcancen su plenitud personal, o basta con que adquieran habilidades técnicas e instrumentales?


Para implantar, y al mismo tiempo promover, a un ideal educativo necesitamos este tipo de escuela: una escuela como comunidad educativa. En una escuela vivida como comunidad, 1) las interdependencias son sentidas; 2) hay una vinculación profunda entre las personas; 3) se promueve y desarrolla una idea educativa construida todos juntos.


Sin embargo: ¿cuáles son los rasgos distintivos de la escuela pensada como comunidad educativa? En una escuela como comnidad educativa son dos los rasgos que son esenciales: 1) la promoción del cuidado de los «bienes relacionales», no sólo los «bienes convergentes»; y 2) la existencia de vinculaciones y afectos «constitutivos».


Para identificar el bien que define una escuela en cuanto comunidad educativa nos fijaremos en una tipología específica de bienes: los relacionales, y en particular, los inmediatos compartidos. A este respecto Charles Taylor (1989) nos recuerda que un bien inmediato compartido, como la amistad, no puede equipararse con un bien simplemente convergente, como, por ejemplo, el transporte colectivo. Es decir, algo positivo que por mi cuenta no puedo conseguir, pero si tuviera la posibilidad de hacerlo, eso no afectaría a su carácter ontológico.


Sin embargo, un bien relacional que en la escuela ha de ser promovido y cuidado es la construción compartida del proceso cultural: la cultura implica que los conocimientos, el estudio y las nociones han de ser transformadas y reelaboradas por quien la posee, asumiéndolas personal y críticamente, de modo que se conviertan en elementos constitutivos de su personalidad moral y espiritual, su sensibilidad estética y su autoconciencia.


Por eso, si se considera fundamental transformar el contenido de las clases en conocimientos profundos sobre sí mismo y los demás, sobre el mundo complejo en el que vivimos, ese proceso implica una vinculación más profunda, no solo con los profesores, sino también con los compañeros y compañeras. Entonces, lo que se puede lograr reflexionando y aportar a la comunidad de clase cobra fuerza gracias a los esfuerzos, las palabras, la escucha y el apoyo de todos, y se inicia un proceso, no sólo de maduración individual, sino también de desarrollo cultural común, si todos consideran esencial la mejora y el aporte personal que cada uno ofrece a los demás y viceversa.


Así pues, el proceso cultural que se promueve y alienta en una clase vivida como comunidad educativa es verdaderamente como un bien relacional, pues no se da sin un contacto profundo y sin la participación de todos. La comunidad de clase comparte y construye la bien cultural mediante las aportaciones que se dan «en común». Eso implica que nadie ha de ser dejado a un lado, ni puede ignorarse ninguna acción, palabra o intervención, si contribuye a ese bien cultural, y al mismo tiempo para mi perfeccionamiento y el de todos los demás.


¿Durante esa construcción compartida de la cultura y la formación completa de las personas, qué tipo de vinculaciones y afectos brota?


Pues bien, una dimensión esencial de la escuela subraya, por un lado, la comunidad de emociones y los afectos «constitutivos», y el descubrimiento de las vinculaciones constitutivas, por otro.


Los afectos y las vinculaciones «constitutivas», que permiten consolidar lo que Sandel llama una «comunidad constitutiva» son fundamentales para la construcción de nuestra identidad, pues nos ayudan a captar la relevancia antropológica y educativo de nuestras relaciones interpersonales. En particular, nos permiten comprender y apreciar la positiva interdependencia que surge en un contexto social compartido, cuyo fundamento es un bien relacional que protegemos y cuidamos.


De hecho es verdad que el principal ámbito para los afectos y las vinculaciones constitutivas es la familia. Sin embargo, no es posible olvidar que durante nuestra experiencia escolar –en particular a la secundaria– se van a consolidar amistades para toda la vida, construir nuestra identitad de manera más conciente, reflexionar sobre problemas y cuestiones complejas. Todos estos acontecimientos brotan de un humus relacional, comunitario, que incide non solo de manera decisiva en el aprendizaje, sino sobre todo en el destino personal.


¿Cómo logrará la comunidad educativa escolar realizar su misión educativa sin caer en la manipulación y la homologación? Por desgracia, a lo largo de la historia, muchas comunidades humanas, incluso ciertas familias, han sembrado la violencia y la intolerancia. De hecho, la influencia de la comunidad, ¿no implica en ocasiones una cierta forma de «violencia»? ¿Al influir en él, no se lo manipularía, si se lo constriñe a ir allí donde él no quiere ir, forzando así su libertad y violando su intimidad?


Es posible, no obstante, evitar este escollo cuando la comunidad, al acompañarme y ayudarme, me permite hallar y poseer el bien constitutivo de mi vida.


Emanuele Balduzzi

Instituto Universitario Salesiano de Venecia







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